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Écheme el Cuento

DONDE ESTA LA MANZANA DE ADÁN III

DONDE ESTA LA MANZANA DE ADÁN III

Ella se levantó en medio de la noche presa de un cólico menstrual. Había soñado con demonios y una sombra informe que lo abarcaba todo en medio de explosiones de partículas. De inmediato cayó en cuenta del silencio. Para su edad era una chica muy perceptiva. Mientras otras chicas de su edad hablaban de moda y del último grupo musical ella leía sobre iones cargados de manera positiva y negativa, sobre entropía y escuchaba lo que el mundo tenía que decirle. En ese momento el mundo le decía que algo andaba mal, muy mal. Claro que ella ya lo sabía, lo sentía en su propio cuerpo, en lo cargado del aire, en la ausencia de los ronquidos de su madre.

Sara, preocupada por este último detalle, se asomó a la alcoba de sus padres y luego suspiró con alivio al encontrarlos durmiendo, ignorantes de todo, como por lo general sucede con los padres cuando sus hijos están pasando por un momento importante.

Se quitó el camisón y buscó algo apropiado que ponerse para salir. Fue un impulso que no pudo reprimir. No importaba que tan malo fuera lo que había pasado, ella tenía que salir. No sabía a donde pero sus entrañas la halaban y le urgían. Abrió con cuidado la puerta y se fue donde quiera tuviese que ir. 

A Carmen el Fin del Mundo no le había tomado por sorpresa. Era una bruja por supuesto y como tal sabía cómo y cuando sucedería todo. Lo leía en las estrellas, en la disposición de las flores de su jardín, en los senderos de las hormigas. Eso no evitaba que le molestara. Si la profecía que la antigua Tríada les había transferido a ella y a sus hermanas en el arte era cierta, en unos cuantos minutos Aníbal estaría ante su puerta pidiendo consejo. El muy tonto, pensó con ternura, no se había preparado para su misión cuando tenía tiempo así que la buscaría ahora para preguntarle qué debía hacer. Muy loable y todo lo que se quiera pero muy estupido también.

Aquel no era un tiempo para héroes, pensó con melancolía. Los dragones se habían extinguido hace tiempo ya y los ejércitos que había a disposición no harían caso de un joven confundido e inexperto. Menudo héroe estás hecho, Aníbal, añadió para sí y suspiró aún con más fuerza.

Mientras tanto Libertad berreaba a moco tendido pidiéndole de mamar. Menuda bruja estás hecha Carmen, tú tampoco te preparaste bien: mira que ocurrírsete tener una hija ad portas de que todo se acabe.  

Decidió dar de mamar a libertad. Luego la depositó en su cuna y dejando que la ansiedad le ganará se puso una chaqueta ligera sobre la pijama de ovejitas y salió a esperar a Aníbal en la puerta. 

Al igual que ellos muchos despertaron en medio de la noche y en medio del día. Dejaron sus camas y sus quehaceres diarios. Se asombraron ante las caídas de los aviones o ante el silencio de la noche; se asombraron ante la muerte repentina de sus teléfonos móviles y de sus autos. El leve tic-tac de los relojes se detuvo para siempre.

Para un teólogo un fin del mundo de este tipo podría interpretarse como una entrada al purgatorio, a un tiempo de espera antes del juicio. Para la gente del común fue el inicio del caos. 

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