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Écheme el Cuento

DONDE ESTA LA MANZANA DE ADÁN IV

DONDE ESTA LA MANZANA DE ADÁN IV

Por supuesto que ellos no fueron los únicos en levantarse y tener sus propias ideas. Si todas las personas hubieran tenido el mínimo sentido común de levantarse y al percibir que el mundo se había acabado reunirse con sus familias a esperar lo que traía el nuevo día pues significaría que el mundo no se hallaba tan mal en verdad. Sin embargo, nosotros si tenemos sentido común y sabemos que el mundo no se halla mal, se halla podrido. Así que unas 44.400 personas entre hombres y mujeres; niños, adultos y ancianos; blancos negros, mulatos, albinos, pielrojas, guambianos, mestizos y zambos, tuvieron sus propias ideas acerca de lo que debía hacerse en ese momento tomaron sus armas, sus drogas, su ira y salieron a la calle a hacer las cosas que tenían que hacer antes que todo se pusiera peor.

Los primeros incendios tuvieron lugar treinta segundos después. 

Aníbal fue el primer desafortunado. Es decir no tenía ideas homicidas en su mente, sólo deseaba llegar rápido donde Carmen, y caminaba sin precaución alguna cuando se topó con el primer grupo de descontentos. Aníbal no era tonto así que cuando vio la decena de personas que le cerraban el paso con risas como tiburones no lo pensó dos veces, suspiró con cansancio, sacó pecho y se largó a correr como alma que lleva el diablo. No escuchó las voces airadas tras él ni los hijueputazos frustrados de aquellos que se percataron que sus armas de fuego tampoco funcionaban ni mucho menos el sonido de los cuchillos al desenvainarse. Sólo corrió con una pequeña turba tras él.       

Olga sonreía. Tenía una copa de vino en su mano y tatareaba para sí una canción de Silvio Rodríguez. Sabía muy bien lo que estaba sucediendo y tenía una mediana idea de lo que sucedería. Al menos ella pensaba que la tenía. Un simple vestido blanco sobre su piel blanca cubría su cuerpo enjuto. Las gafas le caían sobre su pequeña nariz y se hallaba feliz. Se sentía preparada, sobre todo después de la segunda botella de vino. Todo lo que tenía que hacer era dirigirse a un viejo restaurante bar llamado “Duke’s” y esperar. Eso fue todo lo que hizo. Ninguna turba le cerró el paso, nadie intento acercársele, nadie le dirigió la palabra. El destino la dejo hacer. Era la decana de la Tríada así que por supuesto no tuvo ningún inconveniente en hacer lo que tenía que hacer. Caminar sola hasta el sitio del encuentro que por pura casualidad quedaba al lado de su casa. 

Martha Paulina, en cambio era harina de otro costal. Su papel fue pequeño pero muy importante. Había escuchado todos los delirios de grandeza, ideas incoherentes, fragmentos de texto y todo lo que le pasaba por la cabeza a Aníbal desde sus trece años de edad. Por supuesto todo aquel hato de insensateces no la había dejado muy bien parada. Temblaba ante todo aquello que tuviera patas y no fuera un gato. Las serpientes le iban un poquito mejor pero sólo por el hecho de que no tenían patas y eran amigas de los gatos, sobre todo de aquellos que se llamaban Genio, que era como se llamaba el suyo. También era hipocondríaca y en  ese momento pensaba que le iba a dar un paro cardíaco. Era lógico que pensase eso el brazo derecho le dolía con fuerza y se sentía ahogada. Claro que el hecho de haber dormido trece horas sobre su lado derecho y tener un gato gordo sobre el pecho podrían haber ayudado un poco sobre esto, pero más que nada se sentía desafortunada. Deseó que le diera de una vez el ataque cardiaco para no tener que afrontar el hecho de levantarse a esa hora y dirigirse al lugar del encuentro. Que el lugar del encuentro estuviese  en el otro lado de la ciudad no ayudaba mucho en su estado de ánimo ya que sin taxis ni motos ni bicicletas significaba que tendría que caminar hasta Duke’s, ¡ELLA SOLA! Después de esperar con paciencia hasta que le diera el infarto notó con desilusión que una vez levantada y el gato echado a patadas los síntomas remitían. Así que se puso su sudadera verde, una banda en la frente y se largó a caminar muy disgustada. Habría preferido el infarto a tener que caminar. Si a nadie se le ocurrió asaltarla o intentar violarla fue porque parecía un pepino con patas y a ningún insensato decente le gustan los vegetales.      

Sara tampoco tuvo ningún problema mucho menos con ninguna pandilla. Era una mujer, vale una chica, pero eso quería decir que era prudente. Miraba en las esquinas antes de cruzar y se dirigía con firmeza hacia ningún sitio en particular. Tan sólo dejaba que las piernas la llevasen hacia cualquier parte, ya el destino se encargaría de decirle que era lo que tenía que hacer.  

Detengámonos a pensar esto por un instante. Sólo tres personas, mujeres todas ellas, sabrían lo que sucedería y lo que tenía que suceder. A ninguna de ellas se les había ocurrido decirle nada a Aníbal ni a Sara, sólo dejaron que el destino se encargase de lo que tenía que encargarse. ¿Habéis visto una muestra mayor de sentido común? El destino de la raza humana está en las manos de dos adolescentes que se encuentran atravesando una ciudad caótica en medio de la oscuridad esperando que el destino les diga que hacer y adonde ir y a nadie se les ocurre decirles que se espera de ellos. El tartamudo de Moisés al menos había tenido a su hermano Aarón para que hablase por él cuando escuchaba la voz de Dios. Sara y Aníbal iban tocando de oído y no se puede tener ningún buen oído cuando las bandas preferidas son Mago de Oz, Metallica y los Gun’s and Roses. Si al menos hubiese sido Led Zepellin, U2 o The Beatles, pero ¡Ricardo Arjona y Britney Spears! En buenas manos fue a caer el mundo.

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