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Écheme el Cuento

Eclecticismo

 Martha Rengifo

Era una sensación como si flotase, como si alguien o algo lo llevase raudo.  Se demoró mucho en poder articular palabra mientras el sonido del viento, debido a la velocidad con que iba, le azotaba las orejas.

-¿Qué pasa?, ¿Qué me pasa?- dijo al fin

-  ¡Vamos! – le respondió alguien dentro de su cabeza.  Imaginó que ese alguien era poderoso.

Por fin pudo ver, fueron, al principio, halos de luz, pedazos de colores y al viento se le fueron colando poco a poco otros sonidos.

Fue arrastrado por muchos lugares.  Lugares hechos de luz, de hielo, eran como otros mundos, otros planetas tal vez.  Lugares hechos de suaves colinas azules, lagos y ríos verdes, dulces cielos rojizos, lugares llenos de una música irreal, imposible tan extraña que habría muerto de la emoción si no fuera porque pasó tan rápido que sólo alcanzó a estremecerse un poco para volver hacerlo por alguna otra maravilla, recorrió ciudades increíbles diseñadas por arquitectos dementes en sitios, a lo mejor, sin gravedad, sin necesidad de cimientos.

Cuando ya pudo ver mejor, los extraños lugares estaban llenos de gente.  Personas en un éxtasis sublime, o en batallas feroces sin hacerse daño, en orgías inimaginables.  Quiso detenerse mil veces y mil veces fue arrastrado.Vio también personas ciegas en medio de la belleza, sordas que no podían escuchar esas orquestas maravillosas, y lo sabían. Vio seres solos en medio del desierto, una figura flotó hasta él y le preguntó por alguien con una tristeza de siglos.

Había lugares donde la belleza podía ser horrible.  También recorrió salas de torturas, miles de seres en un caminar sin meta.  Escuchó también gemidos, gritos.  Conoció todas las clases de dolor.  Al final todo parecía acabarse en un atardecer extraño.  No era que la oscuridad aumentara sino como si todo fuera desapareciendoPercibió que se detenía en su recorrido.

— Llegamos  —dijo el hombre o lo que fuera.

— ¿Adónde?, ¿dónde estamos?

— ¿Qué pensabas que había después de la muerte?

— Nada —respondió.

— Pues aquí la tienes.  La nada toda para ti.

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