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Écheme el Cuento

El duelo

Carlos Sánchez           

- Yo ya puedo morir tranquilo, ¿y usted?

 - ¿Qué?

- Que ya he hecho todo lo que quería hacer y puedo morir en paz.

- ¿Qué está diciendo?

- No se me haga el imbécil, le digo que yo puedo morir tranquilo y usted, ¿puede hacerlo?

- Déjese de tonterías, mejor terminemos con esto de una vez por todas. 

                                      Era lo que el par de hombres se decían, mientras uno sacaba de un estuche de madera fina, una de las armas, arreglada. Un 38 largo especial con cacha de marfil y apliques de cobre. El tambor diseñado para una única bala de plata. El otro tomó casi que mecánicamente, del mismo estuche, un revolver idéntico al primero , con munición de oro.  Se dieron la espalda. Cada uno caminó diez pasos largos, alejándose entre sí. Se dieron vuelta al mismo tiempo, se miraron a los ojos y en cuestión de segundos dispararon sus armas exactamente en el mismo e idéntico instante, como si todo se tratase de una gigantesca, magnifica y gloriosa coreografía. Ambas balas salieron al mismo tiempo y llegaron en idéntico momento a su meta.  La bala de oro atravesó el corazón de su víctima, partiéndolo por mitad, las mitades fueron a parar en las profundidades del interior del cuerpo sin vida.  La de plata fue a chocar contra la cabeza, y siguió su viaje sin importarle el cráneo. Los sesos del desdichado salieron del cuerpo y acompañaron la bala de plata.  Ambos cuerpos  se desplomaron al unísono.

                  El lugar se llenó del olor a pólvora, carne quemada y de un  eco de disparos, pronto también de moscas, putrefacción y animales de carroña. Nadie levantó los cuerpos y ahí se quedaron para siempre jamás, pues los testigos del duelo y los mozos de armas huyeron espantados. Las almas abandonaron sus cuerpos, una fue al cielo, otra al infierno. Pero entre el pánico de los presentes y la confusión, ninguna supo a qué cuerpo pertenecía.

1 comentario

yo -

Me gustó mucho este texto. Tiene un excelente Nock out.