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Écheme el Cuento

EL ASCUA

EL ASCUA

Mortal, infinitesimalmente vieja y sabia, Ana María Díaz nos presenta este aterrador cuento:

 

El relámpago es el fuego que nace muerto. Su propia arrogancia lo suicida en el vientre del cielo. La sangre del cielo es transparente. Es lo que llaman "agua". El agua cae cada vez que el fuego muere. Por eso me llené de pánico el día que conocí la lluvia. Avancé contra la dirección del viento y me refugié  en una caverna de silencios blandos. Allí encontré un ascua rodeada de tinieblas, a punto de extinguirse. Le dije:

        —Estoy aquí en busca de calor.

El ascua se acercó a mi piel y la miró con detenimiento. Entonces vi la reacción de mis rubios cabellos.

        —Se ha excedido —le dije. El ascua se apartó y experimenté una sensación parecida al frío—. Se ha excedido —reiteré.

        —Por mucho que lo intento, no consigo corregir el exceso de calor o de frío. Es la única paradoja cuyos contrarios no logro conciliar —dijo el ascua—. Quisiera tener un equilibrio sobre la temperatura, como un trompo que girara sobre la cuerda floja y se enrollara y desenrollara sobre la misma cuerda.

            Las quejas del ascua me apesadumbraron tanto, que extravié la mirada en las tinieblas. En ellas vi que la ausencia penetraba en la ausencia, el calor en el calor, el frío en el frío.

           —El equilibrio se obtiene mirando las tinieblas —dije, sin pensar.

           —Todo el tiempo las miro —dijo el ascua.

           —Donde usted mira, las tinieblas se apartan y empieza a descubrirse el significado de la temperatura —dije.

           —El significado, mas ¿dónde el equilibrio? —dijo del ascua.

Ignoraba la respuesta a su pregunta. Entonces ensayé una respuesta cualquiera:

          —Donde usted no mira.

El ascua se acercó a mi azulada piel, sin mirarla, y vi la danza de mis cabellos. Entonces le dije:

         —¿Se da cuenta? Danzan. Es el equilibrio.

         —Así danzaban los míos antes de morir en el cielo —dijo el ascua.

         —¿Acaso fue usted un animal celeste? —pregunté.

        —Fui un rayo que, huyendo de la muerte, se refugió en esta caverna. Luego fui fuego poderoso hasta que la lluvia me convirtió en lo que soy ahora. Mi poder acabó con la selva y la transformó en este desierto. Soy un estado intermedio entre la ausencia y la presencia del fuego. Ya no soy rayo, no soy fuego ni ceniza; no soy nada; estoy más que muerto.

Sus palabras me llenaron de pánico. Salí de la caverna y sentí la lluvia. Dejé que el agua me apagara. Es mejor morir como relámpago que vivir para siempre como ascua.

                                                                                                                                                                               Ana María Díaz Collazos

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