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Écheme el Cuento

LA NIÑA DE VESTIDO AZUL

LA NIÑA DE VESTIDO AZUL

                                                David Vásquez Hurtado, haciendo gala, de una prosa corrosiva nos presenta la espantosa verdad de la    mente infantil.   Cuento con bicho.  

—¡Shh! Nadie debe darse cuenta  —dijo la niña de vestido azul a la cucaracha que apresaba con su mano. Luego imaginó a su madre en la puerta y preguntándole dónde había estado, le respondería:

—¡Buscaba un regalo para ti!

Seguro ella se alegraría, cerraría los ojos y abriría las manos para   depositar en ellas el regalo. Imaginó los gritos despavoridos, la más absoluta y enfermiza mueca de repulsión. Sería muy divertido —La niña sonrió en silencio.

Cuando llegó a casa, no encontró a su madre esperándola en la puerta, pero, una vez entró, la llamó a almorzar.

—Nos sentaremos a la mesa, porque así lo ha ordenado mamá. Tù quédate quieta, si te descubren antes de tiempo se arruinará la sorpresa —dijo la niña de vestido azul a la cucaracha.

Encontró servido un plato de sopa. Mantuvo prisionera  con una mano y con la otra tomó la cuchara. En ese instante, imaginó que la echaba en el plato delante de su madre y le decía:

—Mira con lo que acompaño tu apestosa sopa, una horrible cucaracha.

Con esto la mujer se levantaría de la mesa, presa de las nauseas, correría alrededor del comedor y se alejaría del lugar con rapidez. Sería muy divertido, pensó.  Pero entonces le lanzó una pregunta sorpresiva:

—¿Por qué tienes esa mano bajo la mesa?¿Qué escondes?               

La niña se asustó y, de la impresión, apretó con fuerza la mano que aprisionaba la cucaracha. Luego sintió como un líquido viscoso  y tibio se colaba entre sus dedos y goteaba al piso por los nudillos.

—No tengo nada —Palideció y una expresión de infinito desagrado se dibujó en el rostro. Imaginó que sonreía con absoluta naturalidad, miraba a su madre a los ojos y le decía:

—¡Es solo un regalo para ti. Cierra los ojos y abre la boca!

La mujer desde luego se alegraría, cerraría los ojos, abriría la boca y entonces la niña introduciría en ella la cucaracha aplastada. Imaginó que la madre abriría los ojos de inmediato y se verían tan grandes como nunca habían estado. Su rostro se pondría de todos los colores y escupiría sobre la mesa para luego salir corriendo del lugar. Sería muy divertido, pensó.

—¿Qué pasa, qué tienes allí? —volvió a preguntar.

—Es solo una fresa que recogí en el campo —respondió la niña.

—¡Pues cométela de una vez!  —le ordenó.

No supo qué hacer, sintió miedo, asco y rabia. Miró a su madre, acercó muy despacio la mano a la boca y llevó la cucaracha adentro. Imaginó luego que la masticaría, para después mostrarle lo que le había hecho comer. Acto seguido colocaría la cucaracha de nuevo en su mano y, puesto que la mujer se encontraría aturdida, se la untaría por la cara. Uno o dos segundos después reaccionaría, tomaría el mantel para limpiarse en medio de sollozos, para luego salir despavorida del lugar. Sería muy divertido, pensó.

—¡A ver mastica! ¿No me has escuchado? —dijo la madre cruzando los brazos.

La niña trató de hacerlo, sintió las patas y las antenas entre los dientes, un líquido agrio y pegajoso se esparció por su boca.  

—!PUAJ! —La niña escupió sobre la sopa. Justo en el centro quedó una masa sin forma de lo que parecía ser un bicho espantoso.

—¿Qué te haz metido a la boca? —gritó.

La niña la miró y le dijo:—Es una cucaracha que encontré en el jardín para jugarte una broma.

En ese preciso instante imaginó una respuesta muy distinta:

—Es una cucaracha que traje para, de cualquier forma, hacértela comer.Así ella se aterraría, se levantaría indignada de la mesa y se marcharía de inmediato. Sería muy divertido, pensó.

La madre rompió en llanto —¡Qué cruel he sido, pobre hija mía! —y se abalanzó sobre ella para abrazarla.

La niña de vestido azul se quedó quieta, se dejó abrazar. Luego miró los restos de cucaracha que flotaban en el plato de sopa, los tomó y,  sin que se diera cuenta, se los untó en el cabello e imaginó lo que sucedería en la noche cuando se fuera a peinar.   

 —¿Podrás perdonarme?  —preguntó la madre.La niña sonrió en silencio y pensó:

—Será muy divertido.

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