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Écheme el Cuento

La literatura como insomnio

La literatura como insomnio

Durante una noche de insomnio de un otoño cuatro personas mayores ven pasar los segundos, los minutos, las horas, todo el tiempo del mundo. Dos mujeres y dos hombres: una enfermera y un policía (funcionarios obligados a una servidumbre de tristezas y crímenes de Estado que marcarán sus caracteres), una madre a la que se le suicida una hija con 15 años y un propietario rural. Voces que se lanzan a tumba abierta a la rememoración de los hechos más importantes de su existencia mientras luchan, no se sabe muy bien, por dormirse o por no dormirse. A veces, hartos de tanta desolación sin arreglo, parece que quisieran borrarse de la conciencia, cerrar los ojos y fugarse hacia la nada. Pero en muchas más ocasiones dan la impresión de que su insomnio es vocacional: seguir despiertos les garantiza no quedar disueltos en una inexistencia donde tendrían que convivir a la fuerza con sus pesadillas; mantener los ojos abiertos, abierto el libro donde se van escribiendo sus obsesiones, les libra de esa muerte que presienten hermanada con el alba, ese final que afila su lápiz detrás de las primeras luces del día. Cuatro voces en la novela Ayer no te vi en Babilonia que se entretejen formando nudos y redes que acaban atrapando a su autor, el portugués António Lobo Antunes (Lisboa, 1942), el cual aparece esporádicamente en notas caídas en el texto del tipo "me está gustando escribir esto, ¿me seguirá gustando al revisar el capítulo?" o "respecto a los pájaros problema idéntico al de los árboles; ¿gorriones?", y atrapando también a los lectores, a los que se exige un esfuerzo por seguir el hilo enredado de las historias similar al esfuerzo que realizan los personajes por soportar el peso de una noche tan larga.

Cuatro monólogos interiores que, en efecto, se entrecruzan sin contribuir con ello a construir un único relato poliédrico, como sería el caso del Faulkner de Mientras agonizo o Santuario, sino a crear una atmósfera común de desánimo y desilusión, de acabamiento y miedo a los fantasmas del pasado (sobre todo en el caso del policía, al que se le aparecen los espectros de un mendigo o de un sacristán a los que tuvo que ejecutar por el bien de la Iglesia y del Estado), de pacto imposible con los errores propios y las miserias de una sociedad en descomposición. Una atmósfera que no la crea ninguna clase de sentido o símbolo oculto o de experiencias ejemplares, universales, sino los jirones sueltos a los que han quedado reducidas sus vidas, esos retazos de vida que se empeñan en no dormirse quizás para que tampoco se duerma el pueblo del que forman parte, llámese Portugal o la raza humana. Voces sin cuerpo o mejor: las voces del cuerpo cuando se expresan sin la mediación de la conciencia, cuando las dejamos alzarse desde las entrañas.

Lobo Antunes titula enigmáticamente este libro con una frase en escritura cuneiforme hallado en un fragmento de arcilla de 3000 antes de Cristo. La Babilonia y el ayer a los que se refiere, ¿son el tiempo y el espacio de la invención de la escritura, ese lugar y ese momento en los que los humanos nos atrevimos a esa otra clase de insomnio que es la literatura? Un insomnio que, desde luego, padece un autor con una facilidad prodigiosa para enlazar obras maestras (inolvidable, por ejemplo, su trilogía sobre la muerte e inolvidables sus crónicas, entre las que recomiendo Receta para leerme o La compasión del fuego) que dentro de 5.000 años, en arcilla o en polvo de estrellas, seguirán leyéndose con pasión.

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