Blogia
Écheme el Cuento

La segunda persona

La segunda persona
En este apartado estudiaremos a un narrador controvertido, porque desde la teoría se le niega la existencia.  Genette afirma que en realidad sólo existe una primera persona que emite el discurso; otros como Luz Aurora Pimentel y Helena Beristáin consideran que la segunda es apenas un deslizamiento de la primera persona.  A partir de los estudios de Butor, Alberto Paredes menciona las dos categorías de esta segunda persona, sin embargo advierte que se trata de un tema poco estudiado.

Aparentemente no es nada nuevo que un narrador se dirija a su narratario, esa era una práctica común en las novelas del siglo XIX: “Como verá el querido lector”, sin embargo, durante el siglo XX, esta fórmula se desarrolló de manera por demás interesante, baste mencionar a cuatro grandes escritores que hicieron de esta segunda persona un mediador por demás eficaz, como es el caso de Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Ítalo Calvino y Rosa Montero.  Por lo tanto, considero que resulta muy interesante ahondar en la práctica de esta posibilidad y compartirla con aquellos que pretenden ser cuentistas.

Características generales del narrador en la segunda persona gramatical
 
Con la segunda persona gramatical podemos encontrar matices del narrador muy interesantes porque a través de un yo presente o ausente se dirigen a un tú que es al mismo tiempo el protagonista y el lector.  Hay momentos en que pueden dirigirse al protagonista y ser una especie de dios que le dicta qué debe hacer; o convertirse en su conciencia y espejo, una especie de alter ego interior.  También puede ser una entidad que le cuenta la historia a los personajes, siempre hablándoles directamente de tú, como si estuviera presente.  Otra opción es cuando se dirige al lector como si lo estuviera viendo y lo arrastra a la trama, incluso puede crear complicidades con el lector al deslizarse sutilmente de primera a segunda.
Según Alberto Paredes la segunda persona aparece cuando:
El narrador usa la extraña persona  para dirigirse a su personaje o personajes.  Estos son designados por la segunda persona.  El narrador se ubica en una primera persona, un yo se oculta detrás de sus propias palabras y las únicas persona consistentes y efectivas son los personajes, nombrados ya sea como un tú (o usted) o él.  Así pues, irrefutablemente se tiene una narración en segunda persona.[1]
Michel Butor ha estudiado con particular interés este proceso narrativo.  Él dice que hay que obligar al personaje a contar su historia, porque miente, oculta o se oculta a sí mismo cosas.
Así, siempre que se quiera describir un auténtico proceso de la conciencia, el nacimiento mismo del lenguaje o de un lenguaje, la segunda persona será la más eficaz”[2] 
 Las categorías del narrador en segunda persona.
Alberto Paredes menciona dos categorías básicas en esta segunda persona: aquella en donde aparece un yo explícito que se comunica a un tú, es la segunda aparente; y otra donde ese yo queda implícito es la segunda plena.
La segunda aparente, donde se trasluce un yo que le habla a un tú, y que evidentemente hace alusiones en primera persona.
Según Paredes, encontramos una segunda persona aparente cuando: “El narrador no simula al lector que eso que lee son acontecimientos en sí, «vidas»; no crea esa ilusión; lo interpela directamente y dice que le va a contar una historia.”[3]
La segunda plena siempre narra en tú, sin que se trasluzca el yo detrás.  “Cuando ya no se evidencia  su realidad de primera persona y crea el circuito de segunda persona con el personaje.  Entonces, las posibilidades apuntadas de la segunda persona tienen mejor campo de desarrollo.”[4]
 
 I. Narradores en segunda aparente.
 
1. El epistolar
En una carta, solemos hablar desde la primera persona con el receptor  que se convierte en un tú; este narrador habla al lector y al personaje al mismo tiempo desde un yo de letra, por eso prefiero llamar a éste el narrador epistolar.
Caperucita le escribe a su abuela para que recuerde el episodio del lobo:
Abuela, ¿te acuerdas? Te asustaste mucho dentro del ropero hasta que llegamos a rescatarte.  Bueno, hasta que nos rescató el leñador-guardabosques-cazador. Saliste ilesa, un poco pálida y en calzones, pero sin un rasguño. ¿Recuerdas que corrí a abrazarte? Ay, abuela, desde ese día ya nada es igual.
  • Leer “La signatura de la esfinge” de Rafael Arévalo Martínez.
2. El narrador cómplice
Dentro de la segunda aparente cabría el caso de alguien que contara en primera y se fuera deslizando hacia la segunda para involucrar y crear una complicidadinconsciente con el lector,  por esa razón, llamo a este caso el narrador cómplice. Un excelente ejemplo es el de Rosa Montero en La hija del caníbal:
A pesar de mi sobrenombre [Fortuna], no estoy muy convencido de que la buena suerte exista.  Pero sí  que existe la desgracia.  La desgracia escomo un mundo sin sol y sin estrellas, un mundo paralelo al que vivimos.  Un día, tal vez por descuido, por azar, por torpeza, te deslizas sin querer al mundo de las sombras. Al principio apenas si adviertes la diferencia, al principio ignoras que te has equivocado de realidad.  Algo se tuerce, algo sale mal, sobreviene el dolor.  Pero todos creemos que lo superaremos, que saldremos de ésta.  Que ya hemos dejado lo peor atrás, porque no puede haber nada peor que lo ya vivido.[5]
Un narrador que busque la complicidad con su lector narraría la Caperucita así:
Claro que grité, de camino había escuchado el silbido del leñador-guardabosques-cazador. Claro que grité, cuando una está en peligro, grita, qué otra cosa vas a hacer, ni modo de quedarte callada y esperar a que el lobo te devore.  Gritas con ganas y esperas que alguien te haya oído. Es tu vida la que está en juego. Gritas, te orinas del miedo, te callas un poco para tomar aliento, tomas lo que encuentras a la mano para defenderte, pegas y corres para luego volver a gritar más fuerte hasta que se te acaba la voz o alguien llega a auxiliarte.  En ese momento solamente piensas en salvar el pellejo, no sientes  odio, ni siquiera dolor, sino un terror inmenso que te da fuerza para correr, golpear y gritar al mismo tiempo.  Después, cuando el riesgo pasa, lloras, tiemblas, te desmayas, agradeces de rodillas, hasta quisieras ser la esclava del héroe que te salvó…    
Este narrador es por necesidad protagonista, antagonista o aquel personaje que necesita que el lector se ponga por momentos en su lugar.
II. Narradores con segunda persona plena
 
1. El narrador  titiritero
 
En este caso, el narrador se encuentra fuera de la historia, es una especie de omnisciente que le dicta la historia al protagonista y al lector al mismo tiempo.   Es un dios implacable éste es el caso de lo que llamo el narrador titiritero como el que utiliza Carlos Fuentes  enAura.
LEES ESE ANUNCIO: UNA OFERTA DE ESA NATURALEZA no se hace todos los días. Lees y relees el aviso.  Parece dirigido a ti, a nadie más.  Distraído, dejas que la ceniza del cigarro caiga dentro de la taza de té que has estado bebiendo en este cafetín sucio y barato.  Tú reelás.  Se solicita historiador joven.  […]  Vivirás ese día, idéntico a los demás, y no volverás a recordarlo sino al día siguiente, cuando te sientes de nuevo en la mesa del cafetín, pidas el desayuno y abras el periódico.  Al llegar a la página de anuncios, allí estarás, otra vez, esas letras destacadas historiador joven.  Nadie acudió ayer.  Leerás el anuncio.  Te detendrás en el último renglón: cuatro mil pesos.[6]
Respecto a este narrador en particular dice la doctora Beritáin:
“como si el autor, desde una primera persona implícita, se dirigiera a un personaje, o al lector, o a sí mismo, no sólo en presente o en pretérito, sino inclusive en futuro […] en este caso la narración  parece adquirir una carga significativa de mandato o augurio.”[7]
Este narrador contaría la Caperucita más o menos así:
Te dice tu madre que debes llevar esa canasta a la casa de tu abuela, tú asientes distraída, claro, claro, el lobo, pero no escuchas porque miras el vuelo de un avispón, juras irte por el camino y no atravesar el bosque, pero ni por un segundo pretendes obedecer, si en el bosque hay flores tan bonitas y la abuela está enferma, te preguntas qué daño puede hacerle a la anciana que llegues un poco más tarde con un ramo de flores silvestres. De modo que le juras a tu madre irte sólo por el camino real.  Te encontrarás con el lobo, pero pensarás que es únicamente un perro grande que habla, y que amablemente te indicará un camino alternativo. Entre tanto, él tomará un atajo, llegará antes que tú a la casa de la abuela y se deshará de ella.  Para cuando llegues se habrá puesto el camisón de la anciana y te esperará acostado cómodamente. Tendrá paciencia porque el manjar que representa tu carne suave lo vale.  Al llegar, tocarás la puerta y él te invitará a entrar.  No te percatarás del engaño hasta que te ataque.   Sentirás su aliento fétido que te penetrará cada poro.  Uno de sus colmillos alcanzará a rasgarte la piel.  Gritarás y mezclarás tu voz con sus gruñidos, tus lágrimas y tus mocos  con su saliva.  Gritarás y seguirás gritando, no te quedará otra defensa. Pensarás que nadie va a oír tus chillidos si no está cerca.
Es necesario manejar con excelencia los tiempos verbales en la segunda persona para crear un narrador con esta fuerza.


2.  El espejo-conciencia
Otra opción de la segunda plena es la que llamo del espejo-conciencia. Aquí estamos hablando de un desdoblamiento del yo de la protagonista que se dirige a ella desde su propia conciencia, aquí el juego interesante es que al usar el tú, este narrador parece hablarle al lector, pero en realidad le habla a la faceta humana que comparte la protagonista con el lector. Por lo tanto es por fuerza el alter ego del personaje quien narra y está profundamente inmerso en la historia, aunque tiene oportunidad de reflexionar y tomar distancia.
Al respecto dice Helena Beristáin quien a su vez cita a Butor:
O puede también interpretarse como la manifestación de un personaje desdoblado, o como alguien “a quien se le cuenta su propia historia, algo de sí mismo que él no conoce, o que ha olvidado o que nunca supo”, o que finge ignorar, lo que no puede decir de él mismo, por lo que  “el narrador le presta su voz”.[8]
En el caso de Caperucita sería más o menos así:
Te levantaste tarde, tu madre no quiso hacer ruido, había temido perderte y también a tu abuela, pero tú sabes que se siente culpable de haberte enviado con la comida, eres una niña, pero también sabes que te gusta el peligro, desprecias un poco a tu madre por ser tan miedosa, por temerle al relámpago y al trueno, a la noche y también al lobo, bueno el lobo sí resultó peligroso, pero allí estaba el cazador-leñador-guardabosques, quieres casarte con él cuando crezcas, como en unos cinco años. 
III.  Deslizamiento entre la segunda plena y la segunda aparente.
También existe la posibilidad de combinar ambas posibilidades a partir de deslizamientos entre un narrador en segunda plena y uno en segunda aparente.
 
1. El narrador que involucra al lector
Otra opción mixta es la que llamo de el narratario involucrado, en este caso nos encontramos con un narrador interno y externo a la historia, a la vez.  Se trata de una especie de un avec del lector o narratario, y omnisciente en  la historia, es decir, parece estar fuera del texto y saber qué está haciendo el lector y cómo reacciona con respecto al desarrollo de la historia; por lo tanto le indica  al narratario qué debe hacer, pensar y sentir.  Habla con quien lo está leyendo, a veces cuenta la historia de manera directa y más adelante utiliza el discurso indirecto. Se trata de una especie de puente que hace que el lector o narratario cruce hacia la historia y forme parte de ella o que la historia salga y forme parte del ámbito cotidiano del lector.  El narrador le habla directamente al narratario y lo involucra en la trama, como si estuviera presente, a ratos utiliza una segunda aparente con un yo detrás y en otros momentos la segunda plena, como lo hace Italo Calvino en Si una noche de invierno un viajero[9]:
Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Ítalo Calvino, Si una noche de invierno un viajero.  Relájate.  Concéntrate.  Aleja de ti cualquier otra idea.  Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está la televisión encendida. Dilo en seguida a los demás: «¡No, no quiero ver la televisión!».  Alza la voz, si no te oyen: «¡Estoy leyendo! ¡No quiero que me molesten!».  Quizá no te han oído, con todo ese estruendo; dilo más fuerte, grita: «¡Estoy empezando a leer la nueva novela de Ítalo Calvino!».  O no lo digas si no quieres; esperemos que te dejen en paz.   […]
Las luces de la estación y las frases que estás leyendo parecen tener la tarea de disolver más que indicar las cosas que afloran de un velo de oscuridad y niebla.  Yo he bajado en esta estación esta noche por primera vez en mi vida y ya me parece haber pasado en ella toda una vida, […] Yo soy el hombre que va y viene entre el bar y la cabina telefónica.  O sea: ese hombre se llama «yo» y no sabes más de él, al igual que esta estación se llama solamente «estación» y al margen de ella no existe sino la señal sin respuesta de un teléfono que suena en una habitación oscura de una ciudad lejana.[10]
Este narrador contaría la Caperucita así:
Cierras el ejemplar de cuentos infantiles. Buscabas en vano la versión más antigua de Caperucita roja y el lobo feroz, pero no está allí; encuentras solamente aquel cuento que te fue relatado en la infancia, no, tú buscas algo más.
Teresa te ha hecho tragar tantos ejemplos del famoso cuento de la niña con caperuza roja que se enfrenta a la terrible bestia, que podrías vomitar pelos de lobo; ella asegura que es un cuento folklórico, que las versiones varían de país en país, y que todas tienen un trasfondo de violación y asesinato.  Ha logrado despertarte la curiosidad o quizá el morbo y quieres saber qué es lo que se oculta tras este cuento que parece tan simple.  Así que te levantas y buscas en tu librero los apuntes donde está citado o vas hasta tu computadora, te metes a internet y pides al servidor de google que te busque Caperucita Roja, salen como 2000  sites y después de abrir tres que no conducen a nada nuevo, te da flojera, así que decides hacerle caso a la maestra y evitarte cansancio innecesario, escribes ahora: Robert_Darnton_Capetucita_roja, das enter y aparecen sólo cuatro páginas, piensas que eso es racional, finalmente das con una dirección donde se cita la obra del historiador de la vida cotidiana francesa, Charles Darnton, en La gran matanza de gatos y otros episodios de la cultura francesa.  Allí encuentras  “Los campesinos cuentan”[11].  “Vaya”, piensas, “no fue tan difícil.”  El artículo se llama, El cuento popular: Oralidad, Texto y Cultura[12], es de Claudia Quintero, pero la autora se tarda en hablar de lo que a ti te interesa, ya estás a punto de regresar al buscador cuando llegas al final de la página, allí está reproducido el capítulo de Darnton, en él se habla  del significado de Mamá Oca.  Encuentras por fin  una versión anterior a Perrault y a los hermanos Grimm. Deseas saltarte la introducción, que por cierto es breve, pero los guiones de los diálogos te jalan la mirada, te olvidas del preámbulo y comienzas a leer:
Había una vez una niñita a la que su madre le dijo que llevara pan y leche a su abuela…
Resulta que se encuentra al lobo y éste le pregunta si va a tomar el camino de las agujas o el de los alfileres [¿?] El lobo, por supuesto, llega antes que ella.
 Mató a la abuela, puso su sangre en una botella y partió su carne en rebanadas sobre un platón.  Después se vistió con el camisón de la abuela y esperó acostado en la cama…
Cuando la niña por fin toca la puerta, el lobo la engaña y la hace comer y beber la carne y la sangre de la abuela; posteriormente, le indica que  vaya desvistiéndose y que eche su ropa al fuego porque nunca más la usará, hasta que queda desnuda.  Entonces se mete a la cama, con el lobo-abuela. “claro, anticipas, ahora viene la violación…”  Apenas en ese momento la niña comienza a sospechar que algo raro está sucediendo y pregunta:
   –Abuela, ¿por qué estás tan peluda?,
    –Para calentarme mejor, hijita. 
“Vaya, pelos, aquí hay una variante más cruda, sangre, carne en rebanadas, la triple X está por llegar…”, piensas.  Por fin la niña llega a los dientes y le hace la pregunta obligada:
–Abuela, ¿por qué tienes esos dientes tan grandes?
Tu morbo te obliga a  seguir lentamente línea tras línea, vas a descubrir la verdadera historia de Caperucita, y que luego no te salgan con que es un cuento para niños…   
–Para comerte mejor, hijita. Y el lobo se la comió.
“Cómo que se la comió”, piensas en tu jerga mexicana, “¿no habrá aquí un error de imprenta? ¿Y ya? ¿Se la comió y se acabó el cuento?”   Sigues leyendo, pero para tu desencanto, ahora Darnton habla de moralejas y de inmediato inicia una diatriba contra los psicoanalistas Bettelheim y Fromm, que pretenden interpretar el inconsciente colectivo descifrando el lenguaje simbólico de los cuentos folklóricos.   A ti no te importa si uno dice que la caperuza es el símbolo de la menstruación, o si el otro dice que los finales felices permiten a los niños enfrentarse a sus deseos y temores inconscientes y salir ilesos.  A decir verdad, lo que tú quieres es encontrarte con la nota roja de la Caperuza, o por lo menos averiguar si hay datos históricos de que alguna  Caperucita fuera violada.  “En fin”, piensas, “tiempo perdido” y cierras el site de Claudia Quintero.  Ves la hora y piensas que todavía te da tiempo de checar tu mail… Como esto lo cuenta un omnisciente, ni siquiera  te has percatado de que ya te metí a mi cuento.  ¿verdad?
 Segunda persona (gráficos) pdf


[1] Véase Alberto Paredes, Op. Cit. p. 72.
[2] Véase Michel Butor, Sobre literatura II, (trad. C. Pujol), Barcelona, Seix Barral, 1967, p.80.
[3] Véase Paredes, Op. Cit., p. 74.
[4] Ibidem, p. 78.
[5] Véase Rosa Montero, La hija del caníbal, Madrid, Espasa, 1998. pp.200-201.
[6] Véase Carlos Fuentes, Aura, México, ERA, 1995, pp. 11-12.
[7] Véase Helena Beristáin, Análisis estructural del relato literarioOp. Cit. p.117.
[8] Véase H. Beristáin, Análisis estructural del relato literarioOp. Cit., p.117
[9] Véase Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero, Madrid, Ediciones Siruela, 1989.
[10] Véase Ítalo Calvino, Si una noche de invierno un viajero… (Trad. Esther Benítez), Madrid, Siruela, 1989, pp.11 y 20.
[11] Véase Charles Darnton, “Los campesinos cuentan”  en La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa, México, FCE, 1987 y  también en Teresa Dey (Comp.) Antologia, curso-taller de cuento 1, UCM, 2004, pp.89-122.
[12] Véase Claudia Quintero, El cuento popular: Oralidad, texto y cultura en:http://www.cem.itesm.mx/dacs/publicaciones/logos/cmasas/2002/julio3.html-30k-

0 comentarios