- Escribe primero para ti, y después preocúpate por el resto de lectores.
- No uses la voz pasiva.
- Evita los adverbios…
- …especialmente después de “él/ella dijo”.
- Pero no te obsesiones con una gramática perfecta.
- La magia está en ti.
- Lee, lee, lee.
- No trates de contentar a otros.
- Apaga la televisión.
- Tienes tres meses. El primer borrador de una novela nunca debería llevar más tiempo.
- Hay dos secretos para el éxito: tener salud y tener una relación estable.
- Escribe palabra a palabra y no pienses más allá de eso.
- Elimina las distracciones.
- Sé fiel a tu propia estilo.
- Escava. Las historias son cosas encontradas, como fósiles en la tierra.
- Haz una pausa. Volver a leer la historia tras haberla dejado estancada seis semanas te ayuda a considerarla con nuevos ojos.
- Elimina las partes aburridas.
- La investigación nunca debe ensombrecer la historia.
- Para convertirte en escritor simplemente tienes que leer y escribir.
- Escribe para ser feliz (y no buscando otras cosas).
Stephen King: veinte consejos
¿Cómo escribir una novela policíaca?
James Ellroy
James Ellroy acaba de lanzar al mercado su última novela, Perfidia, una historia sobre la muerte de una familia en Los Ángeles de origen japonés en medio de la tensión étnica en Estados Unidos en la II Guerra Mundial. Así que el escritor está en este momento apareciendo en los medios estadounidenses, que le preguntan un poco de todo sobre su obra. Sin duda, la más interesante es la entrevista que le han hecho enFastCompany y que se ha centrado en cómo escribir una novela policíaca. Estas son las cosas que siempre se deben hacer según el escritor.
- Cuida la trama
Posiblemente en la novela policíaca el argumento es uno de los elementos más importantes de todos los que maneja el escritor. Al fin y al cabo, el interés de este tipo de novelas está en el misterio que las genera y la investigación que uno de sus protagonistas desarrolla para desvelar ese misterio (amén de la que hacen los propios lectores para intentar descubrirlo también). Ellroy piensa mucho en la trama de sus novelas y escribe notas sobre las cosas que se le ocurren. “Empiezo juntando notas sobre los personajes. Grandes partes de la trama van mostrándose claramente mientras hago eso”, explica a la revista. En el caso de su última novela,Perfidia, el escritor tenía que tener en cuenta además que los personajes ya eran conocidos para sus lectores y que por tanto tenían que encajar en cómo se había comportado antes.
El argumento tiene que tener además ciertos elementos. El escritor busca tener “un gran crimen” y “una gran historia”. “Quieres conflictos internos entre los personajes. Quieres rivalidad entre las agencias de policía. Quieres mujeres elegantes. Quieres grandes historias de amor. Quieres grandes apuestas, vida”, añade.
- Crea un buen resumen
Ellroy trabaja con un resumen o un bosquejo previo de la obra, que según explican en FastCompany no es solo un par de líneas maestras sino que se acerca mucho más a un primer borrador de la novela. Con su última novela llegó a acumular 200 páginas de notas, que dejó en 70 para que fuese operativo trabajar con ella. Además de ideas está toda la investigación detrás de la novela. El resumen lo escribe a mano, como también lo hace con la novela. Escribe 50 páginas en un cuaderno de hojas blancas con bolígrafo negro sobre el que corregirá en rojo. Cada 50 páginas para para reescribir y corregir. Luego pasa esos contenidos a su asistente que los pasa a ordenador.
– Diseña una estructura narrativa
En el caso de Ellroy “nunca” es un narrador en tercera persona y onmisciente. Habitualmente, señala, usa tres puntos de vista, que funcionan de forma subjetiva. En su última novela lo hizo en primera persona.
– Escribe diálogos que vayan más allá
Los diálogos son una parte bastante fundamental en las novelas y sirven para conocer de una forma diferente a los personajes. Hay escritores que pecan de escasos. Otros por el contrario nos hacen sentir en una obra de teatro. Sea como sea, el diálogo tiene que ser algo más que una exposición de hechos, según apunta Ellroy. “El diálogo debe ser divertido”, señala. “Tiene que ser sustancial. Tiene que ser algo más que una exposición”.
A Ellroy le gusta dejar que sus personajes se empapen con como hablaban las personas de su momento y los enriquece con las expresiones de su época. De hecho, los personajes de Perfidia, explica, hablan no solo con las expresiones de entonces (la novela se ambienta en 1941) sino también con sus puntos de vista y las cosas que llenaban su lenguaje (por ejemplo, el racismo).
- La investigación es clave
Ellroy, como otros escritores famosos, tiene un equipo para ayudarle con toda la parte de la investigación relacionada con su novela y su contexto. El escritor recomienda investigar para sacar todas las cosas interesantes que puede haber en el contexto histórico y que pueden dar juego en la novela. No lo hace para tener un montón de datos sobre el momento, sino para ir un paso más allá. “No estoy buscando docunentos secretos de la CIA que revelen un complot de derechas para acabar con Nicaragua. Busco la mierda escandalosa, cool”.
- El final
Ellroy cuida mucho los finales y además apuesta siempre por las historias que están completamente cerradas. Para acabar la novela dedica unas 100 páginas a que se vayan cerrando los cabos. “Mis libros tienden a acabar en una elegía o en un gran drama”, apunta.
Ocho ideas creativas de Julio Cortázar
2014 es el año de Cortázar ( a 100 de su nacimiento). Los lectores de Cortázar celebramos la publicación de nuevas ediciones como la que vamos a comentar. Clases de literatura (Alfaguara, 2014), es un volumen que transcribe ocho clases dictadas en la Universidad de Berkeley en 1980 y que habían permanecido inéditas hasta ahora. Como indica Carles Álvarez Garriga en el prólogo, esta serie se empareja con otras clases de otros maestros magistrales redundantes como Borges, Calvino y Nabokov, cuya lectura hemos disfrutado con avidez. Escuchar a un hacedor de historias sus propias versiones sobre la creatividad, la escritura, la inspiración y la narración resulta tan interesante como leer su obra. Cortázar habla extensamente en estas clases sobre el cuento y sus retos, tema de especial interés para los escritores en ciernes, sobre todo para quienes se enfrentan a la tarea de crear, más que novelas, un cuento, eso que el autor argentino llama, un orden cerrado. (p. 29)
I Disfrutar el mecanismo
Por encima del tema, el mensaje y hasta el destinatario, Cortázar expresa su interés por la arquitectura, por la minuciosa observación de todos los detalles que conforman un cuento: “Aunque pudiera tener simpatía o cariño por determinados personajes de esos cuentos, era muy relativo: lo que verdaderamente importaba era el mecanismo del cuento, sus elementos finalmente estéticos, su combinatoria literaria con todo lo que puede tener de hermoso, de maravilloso y de positivo. [...] Ese primer puente tendido directamente de un hombre a otro, de un hombre a un conjunto de personajes, me llevó en esos años a interesarme cada vez más por los mecanismos psicológicos que se pueden dar en los cuentos y las novelas, por explorar y avanzar en ese territorio –que es el más fascinante al fin y al cabo– en que se combina la inteligencia con la sensibilidad de un ser humano y determina su conducta, todos sus juegos en la vida, todas sus relaciones y sus interrelaciones, sus dramas de vida, de amor, de muerte, su destino; su historia, en una palabra.” (p. 19-20)
II La intensidad y la tensión
Cortázar trata de definir el cuento en oposición a la novela. La novela, como él indica, da idea de un poliedro, de una enorme estructura mientras que el cuento tiende por definición a la esfericidad, a cerrarse. “El cine sería la novela y la fotografía, el cuento”". Para conseguir la atmósfera que da una buena fotografía el cuento tiene que dar la sensación de un orden cerrado que, al mismo tiempo, apela a la imaginación. “Ahora, por el hecho de que el cuento tiene la obligación interna, arquitectónica, de no quedar abierto sino de cerrarse como la esfera y guardar al mismo tiempo una especie de vibración que proyecta cosas fuera de él, ese elemento que vamos a llamar fotográfico nace de otras características que me parecen indispensables para el logro de un cuento memorable o perdurable [...]: intensidad y tensión.” (p .31)
III La distracción
Cortázar habla de un tiempo interno y de una percepción del mismo que facilita determinados sentimientos como miedo, maravilla, pero también la ensoñación, tan importantes en la tarea creativa del escritor. “Es eso que se suele llamar un estado de distracción y que nadie sabe bien qué es porque cuando somos pequeñitos nuestras madres y maestras nos enseñan que no hay que distraerse, e incluso nos castigan por lo cual quizás, acaso (sin saberlo, las pobres) nos están privando desde la infancia de una posibilidad dentro de muchas de cierto tipo de aperturas. En mi caso me sucede distraerme y por esa distracción irrumpe lo que después da estos cuentos fantásticos por los cuales nos hemos reunido aquí. A través de esos estados de distracción entra ese elemento otro, ese espacio o ese tiempo diferentes”. (p.63)
IV El humor y lo lúdico
Muy interesantes sus observaciones sobre la distinción entre el humor y las situaciones cómicas. Los escritores de libros para niños han explotado mucho las situaciones cómicas y no tanto ese concepto más intelectual y sutil que es el humor. “Hay cosas que son cómicas pero no contienen eso de inexpresable, indefinible que hay en el verdadero humor. [...] Si uno analiza el fragmento que contiene ese elemento de humor, la intención es casi siempre desacralizar, echar hacia abajo una cierta importancia de algo que puede tener cierto prestigio, cierto pedestal. El humor está pasando continuamente la guadaña por debajo de todos los pedestales, de todas las pedanterías, de todas las palabras con muchas mayúsculas.” (p. 158-159) Unido al humor va lo lúdico y Cortázar reivindica un escritor que no pierde lacapacidad infantil de jugar, y de jugar como se jugaba de niños, es decir, en serio. “Cuando alguien entra en el juego de la literatura esto puede perdurar; en mi caso ha perdurado: siempre he sentido que en la literatura hay un elemento lúdico sumamente importante y que, paralelamente a lo que habíamos dicho del humor, la noción del juego aplicada a la escritura, a la temática o a la manera de ver lo que se está contando, le da una dinámica, una fuerza a la expresión que la mera comunicación seria y formal –aunque esté muy bien escrita y planteada– no alcanza a transmitir al lector, porque todo lector ha sido y es un jugador de alguna manera y entonces hay una dialéctica, un contacto y una recepción de esos valores.” (p. 183)
V El tema, ¡el tema!
Palabra que se convoca indiscriminadamente sobre todo cuando se habla de libros para niños. ¡Se habla tanto del tema que pareciera que es más importante que el estilo, lo literario, lo estético, el humor, lo poético! “El cuento realista es siempre más que su tema: el tema es absolutamente fundamental pero si un cuento realista se queda en el tema es uno de los muchísimos cuentos que leemos con frecuencia en que los principiantes, por el hecho de haber encontrado un episodio que los conmovió, ya sea en un sentido histórico, amoroso, psicológico o incluso humorístico, pensaron que bastaba escribirlo para que eso fuera un buen cuento realista. En ese caso no lo es nunca porque el tema se reduce exclusivamente a la anécdota y muere en el momento en que la anécdota, el relato mismo, termina; con la última palabra el cuento empieza inevitablemente a caer en el olvido.” (p.135) Cortázar habla mucho en estas conferencias sobre los temas. Él mismo recibió etiquetas por los temas de sus libros y, en muchas ocasiones, reivindicó a un escritor comprometido con el tema antes casi que con lo literario, aunque posteriormente modificó esta posición. Variantes del siguiente ejemplo que comenta las encontramos muchas veces en muchas narraciones: “En la época del realismo socialista, por ejemplo, muchos escritores consideraban ingenuamente que escribir un libro contando las hazañas de trabajo de los campesinos en Ucrania bastaba para hacer literatura. Resulta que finalmente el resultado de los libros en general era sumamente mediocre; un buen ensayo sobre el trabajo de los campesinos en Ucrania era muchísimo más positivo, tenía más hechos y respondía mejor al interés del lector que una novela donde se estaba hablando de eso pero donde en realidad no sucedía nada que tuviera una verdadera belleza literaria, que creara ese salto que como lectores damos cuando leemos un libro que vale la pena leer y nos saca de nuestras casillas.” (p. 238)
VI Y, junto al tema, el mensaje
“No basta con tener un mensaje para hacer una novela o un cuento porque ese mensaje, cuando es ideológico o político, lo transmiten mucho mejor un panfleto, un ensayo o una comunicación. La literatura no sirve para eso. La literatura tiene otras maneras de transmitir esos mensajes, y vaya si los puede transmitir con muchísima más fuerza que el artículo periodístico, pero para hacerlo con más fuerza tiene que ser una alta y gran literatura. (...) La mala literatura o la literatura mediocre no transmiten nada con eficacia.” (p. 37)
VII Pero no hay nada en contra del realismo
Únicamente el escritor debe estar pensando más en la literatura que en el tema, en poner en marcha un “sistema de fuerzas” que son las que explican lo que sucede y le dan una fuerza a la anécdota que esta no tiene por sí misma. “El primer peligro que amenaza al cuento realista es el excesivo hincapié que se puede hacer, llegado el caso, en la temática o considerándola como la razón fundamental de ser del cuento. Eso plantea problemas bastante complejos ybastante delicados porque con frecuencia leemos cuentos calificados o considerados por sus autores como realistas que abarcan en efecto un pequeño momento de la vida de uno o varios personajes, una determinada situación y también determinados episodios o acontecimientos. Para algunos autores el solo hecho de haber elegido ese tema por considerarlo interesante y haberlo contado tal como el episodio podría haberse producido en la vida real o se produjo si lo está reproduciendo basta para hacer un cuento realista. Cualquier escritor que tenga un poco de práctica en su propio oficio sabe que esto no es cierto.” (p. 133)
VIII La musicalidad, la atmósfera
Cortázar habla en estas conferencias de lecturas que se quedan “resonando” en la cabeza de los lectores. En textos cuyos autores han conseguido un manejo de las palabras y un sentido que produce musicalidad. El ritmo, la articulación de las palabras, cierta cadencia. Aunque reconoce que son aspectos más intuitivos que conceptuales: “Estoy hablando de una prosa en la que se mezclan y se funden una serie de latencias, de pulsaciones que no vienen nunca de la razón y que hacen que un escritor organice su discurso y su sintaxis de manera tal que, además de transmitir el mensaje que la prosa le permite, transmite una serie de atmósferas, aureolas, un contenido que nada tiene que ver con el mensaje mismo pero que lo enriquece, lo magnifica y, muchas veces, lo profundiza.” (p. 151)
La vida como novela negra
Sergio Álvarez
“Lo mataron”, gritó alguien.
“¡Mejor! Muerto no volverá robar más”, contestó un niño.
“Pobrecito”, dijo una de las vecinas que antes azuzaban la paliza y corrió a echarle agua en la cara al ladrón a ver si reaccionaba. El hombre resolló y los policías lo levantaron y se lo llevaron en medio de nuevos insultos, gritos y escupitajos.
Pasaron los días, la lluvia borró la sangre del ladrón en el asfalto, los niños volvimos a jugar fútbol en la calle y la vida pareció reencontrarse con la normalidad. Sólo que la normalidad no tenía nada que envidiarle a la escena del ladrón. En el inquilinato, una mujer casada empezó a acostarse con un vecino. La gente la veía entrar a la habitación del hombre, permanecer un rato allí y después salir a las carreras a seguir cocinando la comida para el marido.
Una tarde, un sapo le contó al cornudo lo que ocurría y el hombre fue a buscar a la mujer y, aunque cerró de un portazo la habitación que compartía con ella, las súplicas de la mujer pidiendo que no le pegara más y los golpes que el hombre le daba se oían por toda la casa. La escena se volvió espectacular cuando una inquilina obligó al mismo sapo a tumbar la puerta de aquel cuarto para evitar que el marido matara a la que alguna vez había sido la mujer de sus sueños.
La infiel quedó peor de golpeada que el ladrón y al marido se lo llevó la policía. El ambiente en la casa se puso sombrío, los vecinos bajaron el volumen a los radios y de pronto se hizo triste vivir allí.
Hubiéramos todos salido corriendo de aquella casona si, al otro día muy temprano, no vemos a la infiel salir de casa con los ojos morados pero enfundada en su mejor ropa para a ir a la comisaria a quitar el denuncio de la golpiza y así evitar que al cornudo lo trasladaran de la estación de policía a la Cárcel Distrital.
“No llora por el marido, llora porque el mozo se largó”, dijo una vecina apenas la infiel cerró la puerta de la calle.
“Y, ¿qué más iba a hacer el pobre muchacho? No se puede quedar aquí esperando que venga el marido de esa zorra y cumpla con la promesa de matarlo”, apuntó otra vecina.
Había más dramas. Mujeres abandonadas, niños golpeados, accidentes caseros, violaciones, rencillas entre vecinos, peleas entre borrachos y desahucios por deudas. No parece una vida muy feliz, pero lo era, y mucho. Las infancias colombianas son idénticas al país: están llenas de atrocidad y, sin embargo, uno siempre tiene la sensación de estar viviendo en el paraíso. Es como si los hechos terribles que ocurren a diario perdieran valor al ser comparados con los pequeños momentos de éxtasis que gozamos, o como si las ilusiones de pobre que cultivamos cada instante tengan tuvieran la capacidad de hacernos ignorar la atrocidad del presente.
La infancia termina, sigue la adolescencia, el mundo se hace más grande y se puede ver lo que ocurre más allá de la cuadra. Es emocionante, uno se llena de sueños y empieza a alimentar deseos e ilusiones pero, hay que decirlo, la vida no mejora mucho. Se debe mentir a los papás y a las chicas para obtener los permisos o los besos que uno necesita. Y aunque haya suerte y las mentiras funcionen, es inevitable decepcionarse de los viejos y todavía más inevitable que, a causa de las naturales confusiones del lenguaje amoroso, la misma niña que pareció insinuarle a uno que iba a ser la novia, aparezca en la próxima fiesta de la mano del pelao del barrio que uno más odia.
Se expande la vida y se expande la violencia. Se empieza por las patadas y las faltas en los partidos de fútbol, por las pequeñas intrigas propias de la edad y se termina con las peleas entre amigos o con las pandillas de los barrios vecinos. La sangre ya no corre por la cara de los otros, si no por la cabeza y la nariz de uno mismo. Se hace conciencia de la envidia, se empieza a entender por qué se han inventado las armas y se deben alternar momentos de omnipotencia soñadora con momentos de desolación y desamparo total.
En la adolescencia se empieza a entender la necesidad del dinero, la importancia de ir bien vestido, la diferencia entre los estudios que uno puede hacer y los estudios que pueden hacer los hijos de la gente más acomodada. A las violencias personales se le suman las violencias sociales, las pedreas durante los paros de buses, los policías golpeando o baleando a quienes se atreven a protestar, las mujeres llorando por sus hijos encarcelados o desaparecidos y los amigos que empiezan a hablar de irse a trabajar como paras o como guerrilleros.
Ninguna edad es eterna ni nadie es tímido y fracasado con las chicas todo el tiempo. Alguna mujer termina un día por encapricharse con uno y se pasa de inventar el amor y masturbarse a estar enamorado y a disfrutar del sexo.
Y, aunque uno no lo busque, también termina por enterarse de que vive en un país donde demasiada gente agacha la cabeza ante los traidores y los asesinos y donde esos asesinos, aparte de matar, se dedican a sumar y sumar votos para ganar elecciones. También aprende que guerra y necesidad hay en todo el planeta y que aunque irse es una buena aventura, no terminará por ser nunca la verdadera solución.
Uno se queda porque no le dieron la visa o porque no consiguió destino ni plata para emigrar, y termina por aceptar que la violencia se le vuelva un asunto diario y permanente. La competencia con los compañeros de trabajo, la soberbia de los jefes, la miseria de los salarios. El duro trasegar por unas calles donde uno puede cruzarse con el atracador que alguna vez vio golpear y, a pesar de que en aquel momento le sintió lástima, uno sabe que el hombre no va a dudar para apuñalarte.
Tampoco se es infeliz del todo, se disfruta de la mujer, se juega con los hijos, se les canta el feliz cumpleaños, se divierte uno con sus ocurrencias infantiles, se come rico, se hacen buenas fiestas y se pasan tardes divertidas con los amigos. Uno inventa paseos, se gasta lo que no gana en caprichos femeninos o infantiles y hasta vuelve una rutina ir a visitar los suegros al pueblo donde nació la esposa. Sin embargo, a veces uno no puede dejar de sentir que hay algo que no funciona en la vida.
La placidez familiar tampoco se libra de la carga violenta del país. Un día, justo en el centro comercial donde trabaja la esposa de uno, estalla una bomba. Y aunque a ella no le pase mayor cosa, el miedo que uno vivió mientras confirmaba que ella seguía viva se le mete a uno adentro y le cuestan demasiados partido de fútbol, demasiadas idas la cine a ver comedias románticas y demasiado aguardiente y cerveza exorcizarlo.
Algo en el mundo no funciona y no hay alivio porque la vida de adulto no tiene la capacidad de olvido y ensoñación que tiene la infancia. La desolación se hace peor cuando uno descubre que la vecina que uno amó desde niño se ha puesto fea y se dedica a recibir los golpes y las humillaciones de un hombre que ella parece amar más mientras más golpes recibe. Cuando se da cuenta que los amigos con los que soñó un futuro común se van o lo traicionan o cuando los hijos crecen y dejas de ser su héroe y pasas a ser un estorbo para sus ansias de vivir.
No son fáciles las verdades de la madurez, es difícil aceptar que la gente hace la revolución porque quiere robar o porque no tiene manera de encontrarle otro sentido a la vida. Es difícil entender que uno también se va corrompiendo y se vuelve una especie de traidor de sí mismo y es difícil aceptar que el mundo no es un sueño propio, sino el sueño de un dios egoísta que disfruta imponiendo las dictaduras vitales que al final siempre nos destruyen.
Entonces, aparecen los malos sentimientos: los celos por el vecino que sí tuvo agallas de meterse a narco, la bilis que se alborota al ver cómo cambia de carro un tipo que uno siempre había considera un bobo, la tristeza que se siente porque a pesar de los esfuerzos y las horas extras no se alcanzó a comprarle al hijo un regalo de navidad que se le estuvo prometiendo todo el año. A veces, en estos momentos a uno lo salva la música o una cervecita o los besos de la esposa. Pero no siempre esas pequeñas satisfacciones bastan y es fácil volverse un borracho, un fanático, un criminal o las tres posibilidades juntas.
Y tal vez esa entrega final del idealismo adolescente hubiera ocurrido si un día no se va al mercado de las pulgas para dar un paseo y, entre tanta basura, se descubre un libro de un tal Raymond Chandler. En la cubierta hay una rubia y un revólver y uno mira el arma y a la hembra medio desnuda y sabe que el nombre del escritor le suena de algo y se pone a echarle cabeza al asunto hasta que recuerda que un maestro de literatura del colegio amaba a ese escritor y decide, en lugar de comprarle un helado a los niños, comprarse ese libro. Ya nada puede ser peor en la existencia, se he visto todo y se ha sufrido y gozado demasiado, ¿qué podría tener de malo leerse un libro?
Así se llega a la novela negra. Y aunque la mujer protesta por la luz encendida y los niños se niegan a dormirse, uno empieza a leer y descubre que ese mundo que a veces le parece una carga horrible tiene otra forma de verse. Los personajes desfilan por el texto tan desamparados o confundidos como uno, las historias que ocurren incluso son ingenuas comparadas con la realidad propia y el detective tampoco es tan inteligente ni tan pilo, pero algo en ese libro da felicidad, aligera la carga existencial y hasta vuelve divertida la realidad.
El detective tiene buenos apuntes y dice frases ingeniosas y saca conclusiones que a uno lo identifican. Igual que uno, el man desconoce las reglas de este mundo, pero no se paraliza, siempre va hacia adelante o al menos se deja empujar por otros y de esa manera consigue acostarse con un par de mujeres o resolver un crimen. El detective tiene claro que siempre todo puede ser peor y se toma la vida sin tragedias, sabe vivir con poco dinero, también sabe derrochar, conoce las miserias de los ricos y de los pobres y entiende las historias de los marginales.
La mirada de ese hombre, su ironía y sus casos resueltos nos dan esperanza y uno vuelve a soñar y a reírse. De alguna manera, la novela negra es un retorno a la candidez y la inocencia de la infancia.
Pero, no sólo la vida pierde la carga trágica, sino que empieza a tener un sentido, un sentido algo desquiciado, pero sentido al fin de cuentas. Un sentido lleno de humor e ironía, o sea lleno de humanidad. De pronto lo que parece ligero se muestra profundo al tiempo que nos dice: tampoco me hagas mucho caso, es mejor no tomarse la vida demasiado en serio porque quienes se la toman demasiado en serio siempre terminan sembrando injusticia, dolor y muerte.
Uno se lee otros libros, conoce otros farsantes, otros policías, disfruta de muchos diálogos armados con hachazos y, de pronto, el ladrón de la cuadra deja de ser un mal recuerdo y se convierte en alguien al que le gustaría comprender o, al menos, en alguien del que le gustaría contar la historia. Lo mismo ocurre con la vecina que engañaba al marido, ya no es una tonta ni una zorra ni una bruta; uno entiende que la sangre le hervía por mucho más que el deseo y que ese afán de acostarse con el muchachito venía de una insatisfacción que no hubiera podido quitarle ni el mejor marido ni el mejor de los amantes.
Uno aprende que los golpes del cornudo lo han dañado también a él y que aunque nunca haga conciencia de ello, le van a seguir doliendo por el resto de su vida, lo van a convertir en un pobre imbécil. En la novela negra, hasta el sapo de la historia se redime como personaje, se convierte en un fisgón de callejón que tiene algo cómico detrás y que muy pronto será asesinado para alivio de sí mismo y de todos aquellos que nunca podrán perdonarle haber traicionado una infidelidad.
En la literatura negra, uno tiene acceso a la rubia que siempre deseó, la ve caminar por una sala llena de muebles lujosos, la ve mostrarle las piernas al detective, abrirle sus labios insinuantes o sugerirle un pago con su cuerpo si resuelve el enigma. La novela negra es tan maravillosa que en ella uno puede incluso ver llorar a la rubia, verla a rabiar por un capricho insatisfecho, verla maldecir a su padre y, si lee concentrado, tiene hasta la posibilidad de darle un beso y después un empujoncito para rechazarla.
Nada falta en la novela negra, está también la ley. Esos hombres que parecen duros y abusan e intimidan a todo hombre de a pie y que cuando se emborrachan son más peligrosos que los criminales que dicen perseguir. De pronto, uno se entera de sus fracasos, de sus luchas intestinas y hasta se entera de que algunos de ellos, cuando llegan a casa, reciben amor, compresión y buenos cuidados, a. Y aunque no es fácil leer tanta verdad y se siente que algo en el mundo se burla de nosotros. Aún así, uno acepta hasta esa verdad y deja que una sonrisita acompañe el paso a la siguiente página.
También están los mafiosos, algunos colombianos o latinoamericanos o italianos. Pero esos no conmueven tanto como los empresarios y las aves rapaces de los países ricos. Viejos dueños de multinacionales pudriéndose en la soledad y los excesos de la riqueza, hombres enfermos que han saqueado el mundo y que el único premio que han recibido es tener que lidiar con los amantes vividores de sus hijas. Otra sonrisita, otra página pasada porque la novela negra es también un acto de venganza. Tal vez una venganza falsa, pero si uno ya disfrutó con la rubia, ¿por quée no va a sentir satisfacción por la miseria de quienes han hecho infeliz a medio mundo?
En la novela negra está el mundo que uno antes sufría, ya sin tanto miedo ni tantas etiquetas. Estamos todos, puestos de maneras distintas, mirándonos de frente y dándole un respiro a nuestras dudas y a nuestra soledad.
Pasa el tiempo, los libros se convierten en adicción y se vuelven un catálogo de autores y anécdotas. Ya uno no vive sólo de las historias manchadas de dinero sucio, del fútbol, sino que deja que la cabeza vague por todos los bajos ambientes del planeta para rastrear en esos ambientes señales más elocuentes de lo que podría ser la vida. La novela negra es un golpe en la barriga del monstruo que es la existencia para que ese monstruo se doble un momento y ya no nos parezca tan invencible.
La mujer se acostumbra a la luz prendida hasta altas horas de la noche y uno pasa de Chandler a Hammet, de Hammet a Rubem Fonseca, de Fonseca a Taibo y Sepúlveda; de los latinoamericanos a Vásquez Montalbán, Andreu Martin y de los españoles a Ian Rankim, James Ellroy, Don Winslow, Camilleri, Markaris, Leonard y un largo etcétera hasta llegar a Jerome Charyn. Con Charyn entiende que los criminales también pueden ser payasos y que esos payasos a veces montan circos absurdos donde todo es tan descabellado que adquiere forma y donde finalmente la muerte pierde valor porque el escritor ha logrado burlarse de ella.
En la novela negra el mundo se nos hace atroz y al entenderlo recordamos que una vez soñamos, que una vez creímos en la vida y que aunque la mayoría de esos sueños han quedado desbaratados a un lado del camino, siguen resonando en nosotros y pueden darnos la fuerza que necesitamos para no suicidarnos y acabar con todo.
Ya en ese punto, la novela negra se convierte en un lugar de paz. En una Meca, una iglesia evangélica, una especie de centro espiritual donde Colombia, América Latina y el mundo encuentran una redención. ¿Qué sería de nosotros sin el cinismo de muchos detectives de ficción, sin la posibilidad de ver a las prostitutas o busconas como mujeres que, además de venderse, tienen en sus ojos vencidos una clave para descifrar nuestra propia verdad?
¿Qué sería de las tardes solitarias y de las noches pasadas en vela por un desamor sin un detective borracho contándonos cómo hace él para asumir crisis idénticas? ¿Qué sería de nuestras vidas sin el suspenso atroz o desamparado o vertiginoso que nos hace volar de página en página? Sin esos momentos en que uno echa a andar ilusionado en una historia de género negro, uno no podría seguir echando a andar la historia propia.
El suspenso, el giro imprevisto, el malo convertido en bueno y el bueno convertido en malo son parte de nosotros, son nuestro reflejo y sólo logramos entenderlo cuando los vemos en un espejo donde no hay vidrio ni pintura de color metálico, sino unas letras ordenadas por la cabeza de algún sinvergüenza o algún desadaptado.
La novela negra es un templo donde, como en tiempos pasados, las oraciones están teñidas de sangre y donde los rituales vuelven a cumplir con los exorcismos diarios. No sería capaz de entender ni mucho menos aceptar a Colombia ni a América Latina sin Rubem Fonseca, sin ese sicario que se esconde en una lujosa mansión a cuidar un viejito, sin esa enfermera que se acuesta con el viejito a cambio de unos pocos pesos y sin las siguientes palabras de un relato llamado El Cobrador: “¡Todos me deben algo, me deben comidas, coños, cobertores, zapatos, casas, coches, muelas!”.
La literatura negra es una buena alternativa a la lucha de clases, al terrorismo y a otra clase de violencias y revoluciones. Con ella uno se puede reír del mundo y dejar las ganas de destruirlo. Nadie podría contar cuantas estaciones de tren se han salvado de volar por los aires ni cuantos policías han salvado la vida ni cuantas revoluciones fracasadas se han evitado gracias al cinismo de los escritores de novela negra.
Si en nuestro continente se escribiera más novela negra y sobretodo se leyera más novelas de estas, este pedazo del mundo iría mucho mejor. La gente se reiría no con resignación sino con consciencia, los ladrones se verían retratados y pasarían de ser atroces a ser inteligentes, los policías dejarían de ser una simple arma en manos del corrupto de siempre a ser los verdaderos corruptos.
Si leyéramos más a Chandler, la gente sabría rastrear mejor el engaño y hasta lo políticos serían capaces de salir de su mirada de ladrón católico para pasar a un cinismo sano que les ayudaría a ver la magnitud de sus crímenes.
Si un militar latinoamericano leyera a Hammet, se daría cuenta de la magnitud de su estupidez y tal vez dejaría de matar a los campesinos como si fueran perros y hasta intentaría hablar con ellos o quitarles las mujeres en franca lid y no asesinándolos. En América Latina iría bien leer mucha novela negra y aprender a vernos, a convertir el crimen diario en historia y esa historia en conciencia.
Eso me pasó a mí y eso creo que le ocurre a muchos de los lectores de estos libros por nuestras tierras. Un lector de novela negra siempre será un buen libertino, un hombre que ha aprendido a reír y que con ello ha convertido las imágenes de la infancia en recuerdos escritos, que ha exorcizado de alguna manera la violencia para evitar que sea ella la que le siga marcando el destino. La novela negra para mí es la redención de la vida en un mundo atroz, a ella le rezo y le agradezco y en su fe, espero morir.
Los pasos del árbol nómada
Latido, latido y silencio. Una pausa y sigue. El árbol no deja de andar. ¿Qué rumbo sigue? Es un viajero que busca destinos tan lejanos, tan lejanos como el olvido. Pero el viento nada se lleva, todo permanece. Aquel gigante ya no corre, pero huye. En su camino muchas semillas ha dejado, como si fuera uno más del bosque, de esos que nunca se mueven. Con las hojas contadas en sus marchitas ramas, solo anhela una palabra. Tiene hambre pero no sed, el mundo está inundado y él se ahoga en el vacío mundano. Hombres y más hombres. El hombre se jacta diciendo poseer la razón. Humilde en su sabiduría le contempla, pero ya no tiene lastima por él, ha visto su devenir en sus propias obras.
Bajo la calma del silencio de la luz se puede apreciar la agonía de una gota de agua, el tiempo es tan lento entonces que una vida puede pasar y ya nadie lo advierte. Ya nadie se refugia bajo la sombra de un milenario tronco para escuchar sus historias, y menos para entender los signos que regalaba la noche. El árbol se desangra y en sus venas abiertas se puede ver el suplicio de la madre etérea, grita y gime muda por la herida que le ha causado el más bello de sus hijos.
Las huellas que marcan las raíces siguen una travesía que ya nadie conoce, va en busca de un rey mucho más antiguo que él, que tenía como súbditos a los planetas, mas abandono su trono y renuncio a su corona de fuego. El canto del gallo anunciaba al mundo que el día comenzaba, pero esa melodía dedicada a aquel rey ya nunca más se escuchó. La esperanza que viene de la luz del sol ya no hay quien la reciba.
El viejo árbol ha ido a encontrar a los enamorados y soñadores, buscando al monarca del día, pero la juventud ya no cree, no tienen memoria. Solo aquellos que cuentan cuentos y los poetas pueden señalar el camino. ¿Y quién conoce donde se esconden? Fueron exiliados y condenados a permanecer en las eras que ya sucedieron. Y peor aún, nadie los evoca.
Muerto está el suelo que una vez albergo y alimento sus raíces, como un gris que inunda el horizonte, donde ya no se posan las estrellas. El barro con el que un día adán fue formado hoy es polvo, ya los niños no juegan con él, también fue abandonado al pasado como una anécdota que nadie recuerda. También la noche murió, con ella su magia; la nostalgia se deshizo en una pequeña brisa fría que hizo temblar a la luna, que vistió de purpura. No un purpura de luto sino de desconcierto, de tristeza, y de melancolía.
De melancolía, una que los hombres jamás volvieron a sentir. Los hombres que jamás volvieron a sentir. Ellos están perdidos en una permanente oscuridad, y aunque parezca extraño, solo la noche permanece, solo ella domina apagada cubriéndolo todo con una insípida sombra. No huele a nada, ni siquiera a muerte. Más como recordar la intensidad del frio, donde por lo menos los búhos –príncipes de la vigilia- cantaban sus tenebrosas historias.
Que decir entonces de la felicidad, si hasta la lagrima desapareció. La inocencia que inundaba los parques, las calles y las casas de las abuelas con ese alboroto de vida ya no es siquiera el eco borroso de una foto de un par de niños en columpio. Atreves de la mirada del árbol se aprecia el nuevo hombre, un fantasma hecho de silencio.
El árbol camina lento, lleva en si el peso de la sabiduría que el viento y el agua –en los días que se contaban cuentos y se cantaban amores- le traían como alimento. Días en los que era el hogar caliente para los navegantes del horizonte, esos que adornaban los cielos con sus movimientos y sus figuras, y hacían suspirar al hombre que soñaba con alguna vez ser un ave.
Latido, latido y silencio. Solo está vivo aquello que se mueve buscando el sol.
Amigo es hora. Trepa a sus ramas, alcanza la cima de las más altas montañas, acompáñame a buscar cuentos, cantos, historias, romances y tragedias, vamos a encontrar la magia en las palabras. A encontrar el alma del Árbol Nómada en sus pasos.
Minificciones o minirelatos
"La minificción es el género literario más reciente y complejo, el más irónico y experimental. Es un género serial, que dialoga con la escritura literaria y extraliteraria. Cada minificción es una maquinaria textual que propone una manera de releer lúdicamente la historia de la literatura. En el siglo XXI es natural interpretar o reinterpretar novelas o cuentos como una serie de minificciones." Lauro Zavala
"La microficción es esa narración breve en la que se potencia al máximo la intensidad expresiva mediante una gran concisión del lenguaje para conseguir una estructura narrativa clara, concisa y contundente, que es al mismo tiempo, espacio literario abierto, lúdico, en el que poder utilizar la ironía, el misterio, el juego intelectual, literario y lingüístico. Un modo de entender la narración como traducción simbólica de la realidad." Julia Otxoa
"Siempre hemos leído microrrelatos, pero en formato necrológica, currículo vitae o anuncio por palabras. La diferencia está en la elección del tema, el tono de la narración y la voluntad de crear una historia, tres requisitos que impiden que ciertos atestados policiales se conviertan en obras maestras del género, porque el microcuento es una mezcla de haiku, horóscopo y videoclip." Fernando Iwasaki
"La minificción tiene la capacidad de transgredir, con gracia y precisión, nuestras expectativas de lectura: es el reverso insospechado de lo que habíamos aceptado como realidad." Juan Armando Epple
"Los microrrelatos tienden a desaparecer si se los mira de frente: son demasiado tímidos y traslúcidos. Para escribirlos basta con tomar un poquito de caos y transformarlo en un miniuniverso. Como las pirañas, son pequeños y feroces. Aconsejo descartarlos si no muerden." Ana María Shua
Minicuento, minificción, minihistorias, cuentines, cuentos cuánticos, nanocuentos, cuentos bonsái, haikus, greguerías, aforismos, tuits,… hasta chistes. Ha pasado un lustro del boom de un género literario, que empezó con categoría de hijo del cuento y primo de la poesía, aunque ya lo practicaran Juan Ramón Jiménez, Kafka y Hemingway. Cuando parecía que el microrrelato conseguía su hueco en la narrativa, irrumpió Internet, los blogs y Twitter. Las consecuencias de la democratización pueden ser dispares: la eclosión de relampagueos supuestamente creativos volvió a diluir estos chispazos de ingenio en el maremágnum de la Red y las nuevas formas de consumo cultural.
Mar de pirañas (Menos cuarto) reúne bajo mando de Fernando Valls nuevos y viejos nombres del microrrelato en español. Sin pretensiones de teorizar sobre el estado de la cuestión, los textos van tramando la cartografía de un género conciso en el lenguaje, radicalizado en el uso de la elipsis, constreñido en el espacio físico, envuelto por una muralla de aire por donde discurre la evocación y lo inesperado. Una compilación que demuestra que la brevedad no tiene por qué estar unida a la celeridad de estos tiempos. “El tope de edad está en 1960”, describe Valls su selección de escritores. “He querido excluir a los más consagrados como Luis Mateo Díez y mezclar a autores que no lo cultivan habitualmente como Almudena Grandes o Eloy Tizón, que solo han escrito uno o dos”.
Inspirada en una pieza de Ana María Shua, escritora argentina, madre hispana del microrrelato con permiso del dinosaurio de Augusto Monterroso, las piezas se organizan en un ejercicio casi de arte marcial: pulir, pulir y pulir. “El género condiciona el tipo de historia, no se desarrolla la psicología de los personajes, ni siquiera tienen nombres la mayoría de las veces”, apunta el compilador. “Hay mucho simbolismo, la metáfora se multiplica al no poder explicar las cosas, hay que afinar y la manera más potente es decir una cosa y que el lector entienda otra”, apostilla el escritor Rubén Abella, uno de los participantes en Mar de pirañas.
Abella se define como corredor de dos distancias. Cultiva la novela –“el maratón”- y el microrrelato –“velocidad”- de manera intermitente, como ejemplo Los ojos de los peces. El escritor valora la paulatina popularización de este tipo de literatura, entre paréntesis: “Hay una idea muy extendida, para mí errónea: escribir microrrelato es fácil; y no es así, puede ser más complicado que un poema”. La segunda generalización que planea sobre el género desde que se produjo el cambio de siglo es su ligazón con la vida moderna, según la leyenda urbana, acelerada. “Sin embargo, lo que se sigue leyendo son novelones de 500 páginas por mucha teoría de la prisa y la lectura en pantalla”, argumenta Manuel Moyano, otro de los autores del libro, firmante de El oro celeste. “En el metro no veo a nadie leyendo microrrelatos, sino esas obras con tramas que funcionan como este transporte, esas de las que te puedes subir y bajar cuando quieras”, prosigue Abella.
"El microrrelato es la quintaesencia narrativa"
El ejemplo del viajero urbanita sirve para describir al lector de estas piezas. “Debe tener un hábito de lectura, saber leer entrelineas, además de referentes porque este género se presta mucho a la metaliteratura”, plantea Abella. “Debe leerse igual que un libro de poemas, puede producir empacho hacerlo de un tirón”, asegura Valls, “hay que rumiarlo un poco y exige la relectura”. Prueben con esta frase de Hemingway, o atribuida a él: "Se venden zapatos de bebé que nunca han sido usados".
El microrrelato del escritor estadounidense, aunque cuando lo ideara no se considerara como tal, encierra en dos frases el regreso de una tendencia: el realismo. “Predomina lo fantástico”, asegura Valls, “pero cada vez más aparecen textos más funcionales”. El pequeño mercado en el que se mueven los microrrelatos, la falta de galardones o concursos sobre el género y lo poco que se orientan hacia el bestseller, concluye en un laboratorio de experimentación de la materia narrativa. Moyano alerta sobre un peligro a la hora de clasificar: “Parece tan fácil que cualquier se atreve, nos arriesgamos a que haya de todo, más al tratarse de un género fronterizo con el chiste”. El humor, como insiste en su obra y entrevistas Shua, es esencial siempre que no termine en chascarrillo.
El futuro se escribe como estos artefactos complicados. Con idas y venidas. Atracones y descansos para evitar variaciones de lo mismo. “El género también cuenta con el progresivo apoyo del mundo académico”, opina Abella y pone como ejemplo la obra de Irene Andrés Suárez, publicada el año pasado en Cátedra. “Esta incursión en las universidades le da una base de seriedad al género”. Valls se muestra más pragmático, y sin denostar el papel de la Academia recurre al proceso creativo: “Un autor que escribe microrrelatos lo hace porque solo puedo contar lo que quiere de esta manera”.
Diez sugerencias para elegir títulos
Alberto Chimal
En un taller reciente me preguntaron por sugerencias para poner títulos a los textos: alguna orientación sobre cómo elegirlos. Tengo varias ideas al respecto y he hecho, en efecto, una lista. Pero antes de la lista vale la pena reproducir el siguiente pasaje, que me parece ejemplar, de Apostillas a El nombre de la rosa (1985), un pequeño ensayo que Umberto Eco escribió para “explicar” aquella novela suya, de título tan intrigante: El narrador no debe facilitar interpretaciones de su obra, si no, ¿para qué habría escrito una novela, que es una máquina de generar interpretaciones? Sin embargo, uno de los principales obstáculos para respetar ese sano principio reside en el hecho mismo de que toda novela debe llevar un título.
Por desgracia, un título ya es una clave interpretativa. Es imposible sustraerse a las sugerencias que generan Rojo y negro o Guerra y paz. Los títulos que más respetan al lector son aquellos que se reducen al nombre del héroe epónimo, como David Copperfield o Robinson Crusoe, pero incluso esa mención puede constituir una injerencia indebida por parte del autor. Le Pére Goriot centra la atención del lector en la figura del viejo padre, mientras que la novela también es la epopeya de Rastignac o de Vautrin, alias Collin. Quizás habría que ser honestamente deshonestos, como Dumas, porque es evidente que Los tres mosqueteros es, de hecho, la historia del cuarto. Pero son lujos raros, que quizás el autor sólo puede permitirse por distracción.
Mi novela tenía otro título provisional: La abadía del crimen. Lo descarté porque fija la atención del lector exclusivamente en la intriga policíaca, y podía engañar al infortunado comprador ávido de historias de acción, induciéndolo a arrojarse sobre un libro que lo hubiera decepcionado. Mi sueño era titularloAdso de Melk. Un título muy neutro, porque Adso no pasaba de ser el narrador. Pero nuestros editores aborrecen los nombres propios (…)
La idea de El nombre de la rosa se me ocurrió casi por casualidad, y me gustó porque la rosa es una figura simbólica tan densa que, por tener tantos significados, ya casi los ha perdido todos: rosa mística, y como rosa ha vivido lo que viven las rosas, la guerra de las dos rosas, una rosa es una rosa es una rosa es una rosa, los rosacruces, gracias por las espléndidas rosas, rosa fresca toda fragancia. Así, el lector quedaba con razón desorientado, no podía escoger tal o cual interpretación; y, aunque hubiese captado las posibles lecturas nominalistas del verso final, sólo sería a último momento, después de haber escogido vaya a saber qué otras posibilidades. El título debe confundir las ideas, no regimentarlas.
Eco no dice, porque en el contexto de su ensayo no hace falta, que las ideas que confundirá un título como los que le gustan son las ideas engendradas por el propio texto. Conviene aclararlo porque muchas personas piensan que la única función del título es servir de reclamo, de incitación “a comprar el libro” sin importar lo que realmente diga; por mi parte creo que, incluso sin ignorar el propósito de incitar a la gente a que lea –es lícito a fin de cuentas–, hay bastante más que se puede considerar, incluyendo la posibilidad de que el título, que identifica al texto, le ayude a ser recordado: a sobrevivir a su primera lectura, y no sólo a ser consumido en ella.
Mi lista tiene que ver con todo esto. Dos advertencias: 1) como todo en esta bitácora, las sugerencias se refieren sobre todo a textos narrativos, y 2) todas las recomendaciones podrían comenzar con las palabras “en general” pues siempre, en cualquier aproximación a una serie de “reglas” de escritura, habrá excepciones.
1. El título puede (e idealmente debería) cumplir al mismo tiempo todos los objetivos que puede tener: en particular, sí es posible que incite interpretaciones sin llegar a forzarlas, que resulte atractivo y que, pasada una primera lectura, sea memorable. Por otra parte, qué tan en equilibrio pueden estar esos tres fines –qué tanto pesa más uno u otro– depende del texto. Un ensayo académico tendrá que ser más formal y seco que uno literario, por ejemplo, pues tendrá que declarar su tema de manera explícita y clara; una novela policiaca que quiera entrar sin muchos problemas en un mercado bien establecido tendrá que ajustar su título a lo que ese mercado espera, lo que probablemente incluirá referencias a armas, crímenes y cosas parecidas. (Una excepción notable es una novela hermosa y terrible de Horace McCoy: ¿Acaso no matan a los caballos?)
2. Incluso en los proyectos menos ambiciosos, el título esinvariablemente una clave de interpretación, como dice Eco, y podrá sugerir ideas, asociaciones, referencias a todo posible lector. Esto es inevitable; por lo tanto, conviene lograr que al menos las referencias más evidentes queden bajo el control de quien escribe y vayan a donde él o ella desea. Un caso ejemplar de una referencia fuera de control –es decir, un ejemplo ridículo– es la novela Dildo Cay de Nelson Hayes, sobre la que puede leerse aquí.
3. Algo más para considerar, por otro lado, es que no todos los sentidos de un título serán captados por todos los posibles lectores. Un título difícil o impenetrable puede ser también muy rico en sugerencias y proponer muchas lecturas pero, si no se tiene cuidado, puede resultar incomprensible para todos salvo unas pocas personas.
4. Los títulos más llamativos en un momento dado no lo son necesariamente siempre. Un título que se refiera a un acontecimiento de actualidad, por ejemplo, puede ser útil mientras ese hecho sigue siendo recordado y comentado, pero más tarde puede resultar no sólo torpe sino indescifrable. (Habrá, claro, quien considere que esto no es un problema si su aspiración es solamente aprovechar una coyuntura, como por ejemplo hacen muchos autores de reportaje político.)
5. Hay que evitar los títulos que se refieran demasiado directamente a una obra previa, pues pueden subordinar el texto nuevo al preexistente y forzarlo a una lectura condicionada o incluso errónea. Un libro que se salva apenas de este problema (y hay quienes creen que no se salva) es Ulises, de James Joyce, que por supuesto hace referencia a la Odisea de Homero pero también se distancia de ese texto de muchas maneras. Varios de los peores títulos que he encontrado, porque además anteceden a textos realmente malos, son los de las parodias más ingenuas: “La verdadera historia de Romeo y Julieta” y otros por el estilo.
6. Sobre todo en un texto narrativo, hay que evitar referencias demasiado explícitas a su argumento, y no sólo para no “vender” el final sino porque lo que cuenta no suele ser qué pasa sino cómo: por ejemplo, el título de la novela El marino que perdió la gracia del mar de Yukio Mishima resulta sugerir, al menos, bastante de lo que sucede en sus páginas, pero desde luego no lo hace de manera directa: es necesario leer para averiguar qué significa exactamente “perder la gracia del mar” y entender hasta dónde es figurado el sentido de la frase.
7. Un truco habitual con los títulos es que el sentido literal esconda, como en el caso anterior, otro más oculto pero más importante. También es común que un solo sentido de un título pueda entenderse de dos o más maneras. (Por ejemplo, el cuento “Los muertos”, también de Joyce, podría referirse a todos los muertos, a ciertos muertos cercanos a los personajes o a algunos personajes vivos que no lo parecen.) Esta también es una estrategia válida, aunque más complicada de lo que parece.
8. No es cierto que los títulos más sencillos y cortos vayan mejor con los textos simples ni, al contrario, que los textos complejos requieran títulos largos, intrincados o con mucho trabajo verbal. Ejemplos: Lolita de Vladimir Nabokov, novela sumamente compleja, y Donde viven los monstruos de Maurice Sendak (es mejor el título original: Where the Wild Things Are, “Donde están las cosas salvajes” o “Dónde están las criaturas salvajes”, porque omite decir directamente la palabramonstruos), un cuento para niños que no pasa de un puñado de oraciones.
9. Hay que evitar los títulos excesivamente abstractos, en especial cuando la abstracción es una imagen poética que intenta explicar o resumir un estado de ánimo o una situación, pues es muy difícil evitar que el título se convierta en una imagen torpe y a la vez opaca, que no diga nada al lector. (Es el mismo problema que tienen muchos textos narrativos cuando no ofrecen un asidero a nada visible, es decir, perceptible u objetivamente real dentro del mundo narrado que proponen.)
10. Para terminar, una propuesta práctica: a la hora de elegir un título, y sobre todo uno para un texto extenso como una novela, sirve probar con varios y no decidirse deprisa por uno solo. Se puede hacer una lista, por ejemplo, partiendo de las alternativas más obvias como la conclusión –velada– de una trama, su incidente central, el nombre del protagonista, el objeto u objetivo central de la acción, y continuar luego con metáforas y otras alternativas más alejadas de lo literal. Un criterio que casi siempre es útil es que el título, por sí mismo, debe ser expresivo, es decir, no sólo sonar buen sino buscar deliberadamente esas asociaciones de las que he escrito, y que van más allá lo obvio.
Esto no es todo lo que hay que decir sobre el tema, por supuesto. Pero quizá pueda servir a alguien.